El aroma de este acontecimiento que se nos anuncia, embriaga todo este día santo, llena e inunda nuestros corazones de la gracia salvadora de Jesús. Comienza a resonar el fresco eco de la Vigilia Pascual, que nos hace saber del triunfo sobre la muerte y el pecado. Hoy sólo se nos invita a experimentar en carne propia lo que supone lo acontecido: un paso de la noche al día, de la tristeza a la alegría, del sufrimiento al alivio, de la angustia a la esperanza de saberse salvados.
1.- Primero conviene centrarnos en el hecho. Es en la aurora de aquel día, cuando nacen los primeros rayos de luz, la Luz de Cristo llega disipando toda oscuridad, el vencedor ha vencido. Podemos en esta mañana respirar con alivio y sin temor, quedan atrás el fracaso, el aparente sin sentido del sufrimiento, todo ha sido transformado, podemos vivir en mayúsculas. Esto mismo experimenta la María la Magdalena que acude al sepulcro, como nos detalla el evangelista, aun en la oscuridad de la madrugada, y vió la losa quitada del sepulcro. Se trata de ver, que es importante es esto en nuestro mundo de hoy, y para ver hay que alzar la mirada, tras haberse puesto en camino. Una mirada vigilante e inquieta, que busca encontrarse con el amado. ¿Cúal es nuestra actitud?, ¿me quedo paralizado por el miedo?, ¿o no puedo dormir, estoy vigilante?, ¿de verdad me pongo en camino hacia ese encuentro?, ¿busco con la mirada al amado?. Quiero imaginar los miedos y temores, la angustia y el sufrimiento de esta mujer enamorada el Amor. Qué valentía, que fortaleza de mujer auténtica, qué reciedumbre que le lleva a buscar en un sepulcro frío e inerte, donde poco cabe esperar. Tenemos tanto que aprender de esta mujer, de la Magdalena, ella fue testigo, y no dudo en apresurarse en el anuncio a Pedro y Juan, quienes siguieron su estela.
Este domingo se nos invita a tomar las actitudes, del testigo ocular, del apóstol auténtico como lo son la Magdalena, Pedro y Juan. Dejemos como ellos todo lo que nos paraliza: el pecado, el sufrimiento y la muerte; y pertrechémonos con las armas de la luz, conduzcámonos como en pleno día con dignidad.
Cinco actitudes apostólicas concretas nos iluminan: 1. Mirada limpia, renovada. 2. Se ponen en camino a toda prisa. 3. Se encuentran. 4. Ven. 5. Creen. 5. Anuncian.
2.- Hasta entonces no habían entendido las escrituras: que él había de resucitar de entre los muertos. Hay que hacer el camino, esto sólo esto es posible porque Él nos redimió. Es hermoso saber que a Jesús no le dio asco nuestro pecado, que no le importó asumir nuestro barro, ni mancharse las manos con la arcilla. Como buen alfarero no sólo nos creó, sino que nos ha restaurado con su infinita misericordia, nos ha hecho hombres y mujeres nuevos para gozar de su amor por siempre. La gracia que nos había sido arrebatada en Adán nos ha sido devuelta en Cristo Jesús nuestro salvador.
El salmista nos ayuda a centrarnos en la experiencia de fe que vivimos en este domingo, hemos repetido cantando: “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”. Este es el tiempo de la alegría y el gozo. ¡Qué bello gozar y alegrarse!, eso es lo que Dios ha querido para nosotros y nos lo ha manifestado de una vez por todas en su hijo muy amado Jesucristo.
No es este un hecho irrelevante como otros tantos a lo largo de la historia, sino un acontecimiento auténticamente fundante y definitivo, no hay que temer, todo ha adquirido un sentido nuevo y pleno en el amor del Resucitado. Es el amor el que nos hace vencer, es Dios en nosotros el que nos cura y puede curar a tantos otros. Es esa Luz que nos ilumina e ilumina a otros. Por tanto como nos recuerda de Jesús el libro de los hechos, seamos como Él que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo. Esa es la misión y la tarea, anunciar con las obras y palabras: Que Cristo ha resucitado verdaderamente.
3.- Somos unos privilegiados, Jesús resucitado se nos manifiesta, y nos invita a la mesa de la palabra y la Eucaristía. En ella ciertamente hoy resucitamos con Cristo, busquemos desde ahora como nos ha dicho el apóstol en su carta a la comunidad de Colosas: los bienes de allá arriba no los de la tierra. Démosle gracias, porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Aleluya! Aleluya!
Que la Reina del Cielo, la Santísima Virgen María, nos contagie su alegría y ruegue siempre al Señor por nosotros. Amén.
Pedro Sola, Párroco