26 abril 2020

Homilía Tercer Domingo de Pascua

1.- Durante los días de confinamiento domiciliario, en un programa de radio hicieron una pregunta a los oyentes: “Cuando esto termine, ¿qué es lo que harás?” Las respuestas fueron muy variadas: la mayoría querían recuperar cuanto antes el ritmo de vida normal, tener reencuentros con familiares y amigos, comidas o cenas y fiestas… Varias personas manifestaban su preocupación por la situación laboral y económica en la que esta crisis les ha dejado, que había sido para ellos una ruptura total. Y alguna respuesta señalaba que no sabía todavía qué haría, porque esta situación había supuesto un antes y un después y les estaba haciendo replantearse algunos aspectos y prioridades de su vida.

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2.- Este año, la Cuaresma, la Semana Santa y la Pascua han sido muy diferentes respecto a cómo estábamos acostumbrados a celebrarlas. Y nos podemos sentir como los discípulos de Emaús. Para ellos, como para los demás discípulos, la Pasión y Muerte de Jesús ha supuesto una ruptura con sus proyectos: “Nosotros esperábamos que Él fuera el futuro liberador de Israel, y ya ves…” Después del “fracaso” de Jesús, ahora deben volver con tristeza a su aldea para tratar de recuperar su vida anterior.

En nosotros, aunque seamos creyentes, pueden darse sentimientos parecidos, como el Papa Francisco lo describió en su oración del pasado 27 de marzo, refiriéndose a otro pasaje del Evangelio: “Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos”.

Aunque “sepamos” que es Pascua y que estamos celebrando la Resurrección del Señor, quizá nos falta “sentirla”, como les ocurría a esos dos discípulos: algunas mujeres… vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro… pero a él no lo vieron. Ellos, como nosotros, han oído hablar de que Jesús está vivo pero, tanto para ellos como para nosotros, las circunstancias que viven hacen que resulte difícil creerlo.

Pero como estamos celebrando, Cristo sí Ha Resucitado y hoy, como entonces, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Si no hubiera Resucitado, la Pasión y Muerte de Jesús hubieran sido una ruptura, un fracaso, un punto final. Es la Resurrección la que transforma la Pasión y Muerte de Jesús no en un fracaso sino en un antes y un después para los discípulos, los de antes y los de ahora. Y esto lo cambia todo, porque si hay un “después”, es posible la esperanza, incluso en estos tiempos difíciles.

Celebrar la Pascua es una oportunidad para vivir la Eucaristía de un modo más consciente, aunque sea en comunión espiritual, para que también “se nos abran los ojos y reconozcamos a Jesús”. Es una oportunidad para profundizar en las Escrituras y que “arda nuestro corazón”.

Y si hemos reconocido al Señor Resucitado, es también el momento de “levantarnos”, de dejar la postración “de antes” e iniciar ese “después” que marca su Resurrección. Como dijo el Papa Francisco: “Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección (…) el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás”.

3.- ¿La crisis del coronavirus ha supuesto para mí una ruptura, o un antes y un después? ¿Cómo voy a orientar mi vida a partir de ahora? ¿Esta Pascua ha supuesto para mí un antes y un después? ¿Cómo voy a orientarme mejor hacia el Señor Resucitado?

Lamentablemente, las consecuencias de la crisis del coronavirus se dejarán notar durante mucho tiempo. Celebrar la Resurrección de Jesús no es situarse en un optimismo vacío; se trata de hacer lo que decía San Pablo en la 2ª lectura: Tomad en serio vuestro proceder en esta vida. Iniciemos el “después” empezando por tomarnos más en serio la Eucaristía y la Escritura para que “arda nuestro corazón” y “en medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado”.

4.- En estos domingos de la cincuentena pascual en los que estamos celebrando la Vida, la victoria de Cristo sobre el dolor, el sufrimiento, el pecado y la muerte, las lecturas de la Sagrada Escritura nos ponen delante el misterio de estas realidades que afectan a todo ser humano y sus interrogantes, al que Cristo ha venido a responder y a dar sentido con su vida, con su muerte y con su resurrección.

En el pasaje de los dos discípulos de Emaús, el Evangelio nos presenta el mundo de la increencia, de la ignorancia, de la duda y de la desesperanza, cuando hacemos de la realidad una lectura puramente horizontal: «nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió».(Lc 24,21). Mucha gente elude hoy plantearse los interrogantes de la búsqueda del sentido de la vida y de la muerte. Se prefiere mirar para otro lado y pasar de hacerse ahora la pregunta…, quizás a lo mejor más tarde.

No se sabe cuándo. Sin embargo, sorprendentemente, en la primera lectura de los Hechos hemos podido contemplar a Pedro que, poniéndose en pie (Hechos, 2,14, 22-23) junto a los once, levanta la voz y proclama la Resurrección del Señor: «lo matasteis clavándolo a una cruz…Pero Dios lo resucitó». Así Pedro sostiene que el poder del mal, de la mentira, de la injusticia, de la envidia, del sufrimiento, del pecado del mundo y de la muerte, no tienen para Dios la última palabra. La misericordia, la bondad y el amor de Dios sobre la Humanidad, manifestado en Jesucristo resucitado, es más fuerte que el poder del mal.

Esta es la verdad de nuestra fe, «pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo» (Lc 24,16). Jesús, en la instrucción a los de Emaús, parece dar a entender que la primera causa de su increencia es la ignorancia: «qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas…, y les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras» (Lc 24,27). Se nos presenta el conocimiento de las Escrituras como una de las condiciones de posibilidad de acceso a la fe. El mismo San Jerónimo nos dirá que ignorar las Escrituras es desconocer a Cristo. Jesús, caminando con ellos y recordándoles las Escrituras para que comprendan y se les abran los ojos de la fe, finalmente acaba en el lugar privilegiado de su revelación, sentándose a la Mesa con ellos: «sentados a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando» (Lc 24,30). El resucitado, en este pasaje de Emaús, nos muestra cómo quiere ser anunciado y reconocido en nuestro mundo: dándose, partiéndose, repartiéndose, entregándose, vaciándose… Cuántas veces nos preguntamos en la Iglesia cómo poder transmitir la fe en nuestro mundo actual, que parece, estar de vuelta de la religión, en la apostasía silenciosa, queriendo vivir en la época de la posverdad. Vivimos en un mundo en el que son evidentes los signos del laicismo. Parece que la fe, que Dios, ha desaparecido del horizonte de muchas personas o se ha convertido en una realidad ante la cual se permanece indiferente... Sin embargo, constatamos que el deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre.

De todas formas, por un camino u otro, toda persona, todos, al final, sentimos la necesidad de dar respuesta, en nuestra vida, a los tres enigmas - el dolor, el fracaso y la muerte- que, querámoslo o no, atraviesan a todo ser humano y a los que nuestra inteligencia busca una respuesta de sentido. Desde la fe en Cristo crucificado y resucitado, los creyentes, desde la luz y audacia de la fe, encontramos en el Evangelio de hoy la respuesta de sentido, las razones para creer. 

Feliz Domingo y Feliz Semana.

Dios os Bendiga.

Un fuerte abrazo. Pedro Sola