15 junio 2020

Homilía Domingo del Corpus

La Eucaristía es un misterio de comunión. Nosotros conocemos distintos tipos de comunión. La de entre los esposos que forman una sola carne, la comunión entre la madre y el hijo que lleva en su seno. Pero, en ninguno de estos casos la comunión alcanza su fondo, porque cada uno permanece siendo sí mismo separado de los otros y no hay fusión.

La comunión más profunda es la que hay o se da entre nosotros y la comida que comemos, porque ella llega a ser carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre.

He escuchado de algunas madres decirle a su criatura, mientras le apretaban al pecho y la besaban: “¡Te quiero tanto que te comería!”.

Eso es lo que sucede en la comunión eucarística, la comida no es una simple cosa sino que es una persona, que vive.

Busquemos lo que sucede con la naturaleza en el ámbito de la nutrición, es el principio vital más fuerte aquel que asimila el menos fuerte.

Por ejemplo, el vegetal es la que asimila el mineral. El animal es el que asimila al vegetal. Cuando esta ley viene trasladada a nuestra relación con Cristo, ¿qué sucede? Igualmente es el principio vital más fuerte el que asimila al menos fuerte. En otras palabras es Cristo quien nos asimila así mismo.

Esto es nosotros nos transformamos en Él. Un famoso materialista ateo ha dicho “el hombre es lo que come”, sin saberlo ha dado una óptima definición de la eucaristía. Gracias a ella, el hombre llega a ser lo que come, el cuerpo de Cristo.

Pablo nos ha dicho que el cáliz es comunión con la sangre de Cristo y el pan es comunión con el cuerpo de Cristo. ¿Qué significan las palabras cuerpo y sangre?

Para nosotros occidentales herederos de la cultura griega, el cuerpo no es más que una tercera parte del hombre, el cual unido al alma y a la inteligencia, forman el hombre completo. La sangre es simplemente una parte del hombre.

Para Jesús no es así, cuerpo implica a todo el hombre en cuanto vive en una dimensión corporal: alegría, esperanzas, fatigas y sudores. La sangre, es la sede de la vida. El derramamiento de la sangre es signo figurativo de la muerte. Jesús desde su concepción hasta el último instante dándonos su cuerpo, nos ha dado su vida, dándonos su sangre nos ha dado su muerte. He aquí ¿qué significa comulgar? Entrar en contacto con la vida de Jesús y con su muerte. Si nosotros los cristianos descubriéramos qué tenemos en la eucaristía, decía un ateo: “si yo pudiera creer que en aquella Hostia consagrada está en verdad Dios, como decís vosotros, creo que caería de rodillas y no me levantaría jamás”.

Un canto eucarístico tiene un estribillo que dice “Dios nos ha puesto su cuerpo entre las manos”, nosotros ¿qué hacemos con el cuerpo de Cristo? Hoy es habitual acercarse a recibir la comunión, es una cosa útil, esto no debería llevarnos a vulgarizar la eucaristía, como si fuese un pan ordinario.

El cuerpo de Cristo, la palabra Cuerpo de Cristo, no sólo indica el cuerpo nacido de María, sino que se refiere a la Iglesia, ¿qué quiere decir esto? Que la comunión es siempre comunión entre nosotros. Comiendo todos de la única comida, formamos un sólo cuerpo.

¿Cuál es la consecuencia? Que no podemos hacer verdadera comunión con Cristo, si estamos divididos entre nosotros, si nos odiamos, si no estamos dispuestos a reconciliarnos.

No basta con no tener rencor, la eucaristía nos enseña ha hacer algo mucho más grande, a dar nosotros también el cuerpo y la sangre por los hermanos.

Piensa en las personas que te han sido confiadas, todos podemos decir con Jesús “tomad y comed, porque esto es mi cuerpo”, mi vida, mi tiempo, mis energías, mis fatigas, sufrimientos...

De esta forma la eucaristía es pan partido y regalo de los unos para los otros. Es un abrirse al otro y acogerlo.