1.- El tema central de la liturgia de la hoy, es la Palabra de Dios. En la Primera lectura de habla de ella con la imagen de la lluvia que desciende del cielo, que riega la tierra, para fecundarla y que pueda dar semilla al sembrador y pan al que tiene que comer. En el Evangelio se vuelve a hablar de la Palabra de Dios, esta vez con la imagen de las semillas que cae sobre sobre piedras, o sobre abrojos y espinas o que cae en tierra buena.
Os invito a pensar a cerca de la ecología y la protección de lo creado. En la segunda lectura san Pablo dice: “la creación… pero fue con la esperanza de verse liberada de la esclavitud de la corrupción…”
Hay dos modos de hablar de la ecología y del respeto de lo creado:
1. El primero tiene en el centro al hombre, no nos preocupan las cosas en sí mismas, sino que éstas están en función del hombre; por el daño irreparable que el agotamiento y la contaminación del aire, del agua, de la desaparición de ciertas especies animales ocasionaría a la vida del planeta. Es un ecologismo que se resume “salvemos la naturaleza y la naturaleza nos salvará a nosotros”.
Este ecologismo es bueno pero precario.
2. La fe nos enseña que debemos respetar lo creado no sólo por intereses egoístas para no dañarnos a nosotros mismos, sino porque lo creado no es nuestro, sino de Dios, por eso es hermoso, armonioso, perfecto.
El hombre custodia la creación, pero no es el dueño. Entre nosotros y las cosas hay una relación de solidaridad y de fraternidad, no de dominio.
¿Cómo te acercas tu a las cosas, desde la primera posición o desde la segunda?
La ecología nos invita a volver a una vida sencilla y sobria, sin que la ecología sea un ideal que no podamos cumplir ni vivir. San Francisco decía: “no fui nunca un ladrón de limosnas”, pensaba que recibir mas limosnas de las necesarias, era robárselas a los pobres. Nosotros podemos aprender de él “a no ser ladrones de cosas”. Si agotamos los recursos (agua, madera…) porque usamos mas de lo que necesitamos, lo robamos a los otros. Si no a otros, a las generaciones que vendrán detrás de nosotros. ¿Qué cosas concretas, hago en el día a dia, para cuidar de la naturaleza? ¿pienso en las generación futuras?
El ecologismo espiritual nos lleva mas allá del respeto por lo creado. Nos enseña a unirnos a lo creado para dar gloria a Dios y también en relación a la creación, nos podemos acercar al conocimiento de Dios. Dios ha escrito dos libros, la Biblia y la creación. Este segundo está abierto ante todos. Nos habla Dios con imágenes como por ejemplo: la lluvia, la semilla, Dios como imagen de la roca…
Debemos aprender a contemplar. La contemplación es la aliada de la ecología. Ella nos permite gozar de las cosas sin necesidad de poseerlas y de impedirlas para los demás. La posesión restringe, sustrae… la contemplación multiplica.
Las parábolas de Jesús son la prueba del amor con que él contemplaba las cosas. Entre él y la naturaleza. Todo esto se encuentra expresado en el salmo responsorial de hoy, Sal 66, 10-14
Lee el salmo, y contempla la creación que tienes a tu alrededor, reconociendo la mano de Dios
2.- En el mundo de hoy se hacen cada vez más presentes las noticias y palabras falsas ( “fake news”), o las medias verdades que siembran sospechas, desconfianzas y miedo, o las descalificaciones denigrantes que estigmatizan públicamente a personas y colectivos. La palabra, vehículo de comunicación y diálogo de personas, aparece devaluada y pervertida.
Dios ha sembrado en el mundo su palabra con absoluta gratuidad. “La Palabra de Dios participa del triple nivel que tiene toda palabra: comunicación de algo, autocomunicación del que habla e interpelación que exige una respuesta”. Hemos proclamado la “Palabra del Señor”. Las lecturas de hoy revelan expresamente el sentido y alcance de la palabra del Reino.
La semilla:
Así lo explica Jesús desde una cultura agraria. La imagen del sembrador y la semilla subrayan esa cualidad de expandir la vida con absoluta gratuidad “para que dé semilla al sembrador y pan al que come”. El reino de Dios es algo tan misterioso y dinámico como una semilla en la que está el germen de la vida; pequeña, pero con una fuerza extraordinaria que la hace crecer y desarrollarse hasta dar fruto si encuentra un tierra buena y húmeda. Su ritmo de crecimiento es lento y oculto; un ritmo que no es el de la eficacia sino el de la fecundidad.
Alejada de la naturaleza, en la cultura moderna se habla más de productividad y eficacia de fecundidad. Y, en función de la eficacia y la eficiencia, la capacidad de lograr un efecto deseado con el mínimo de recursos posibles y en el menor tiempo posible, se rinde tributo y culto al crecimiento rápido y desarrollo. Aprended de la naturaleza, aprended de las plantas.
La palabra del Reino es de calidad y el sembrador la esparce con generosidad a toda clase de oyentes, con la esperanza, como toda siembra, de que producirá buenos frutos aun en medio de las dificultades de la vida. Pero lo primero que se espera del oyente es tener los oídos y el corazón abiertos para que la semilla de vida penetre y arraigue profundamente.
La Tierra:
La palabra de Dios cae en tierras diferentes y con diferente fortuna. La explicación alegórica de la parábola que ofrece Jesús, a petición de los discípulos, seguramente recoge también la experiencia de los apóstoles sembradores en las primeras comunidades.
Nos miramos en su espejo para descubrir qué clase de tierra somos y qué peligros nos amenazan. Actitudes interiores y dificultades exteriores que hacen estéril la buena semilla que recibimos y sembramos. ¿Por qué no todos aceptan el mensaje? ¿Por qué el evangelio de Jesús no produce el fruto deseado en nosotros y en todos sus oyentes?
- En unos, porque son tierra endurecida y sin fondo y la palabra de Jesús no va de acuerdo con los deseos o necesidades. No tienen profundidad interior, o se encierran en su propia cáp- sula, impermeables a todo lo que pueda desestabilizar su independencia. Viven en la superficie y la apariencia.
- En otros porque, aunque la acojan con entusiasmo, ante las dificultades, incomprensiones, ofensas o persecuciones les falta coraje y capacidad de resistencia.
- Otros andan agobiados por cubrir las necesidades básicas o alcanzar objetivos materiales a corto plazo. El evangelio refiere dos situaciones extremas y opuestas: “el agobio de la vida y la seducción de la riqueza”, que producen el mismo efecto: ahogar la palabra de Dios.
- En otros, sin embargo, la semilla da fruto. La llamada al realismo no permite el derrotismo ni anula la esperanza: Hay y habrá cosecha abundante.
Escuchar:
«El que tenga oídos que oiga». No es lo mismo oír que escuchar, ver que mirar, aprender lecciones que entender con el corazón los secretos del reino. ¿Qué tenemos que escuchar? Dios ha sembrado gratuitamente y a manos llenas la vida en la tierra que somos y confía en que dará fruto. Con la misma generosidad y
confianza nos corresponde prepararla y cultivarla.
- Cultivando en nosotros la esperanza en los valores del evangelio que nos revela Jesús y han de salvar al mundo: el amor, la fraternidad, la misericordia, la entrega generoso, la justicia, la paz...
- Asumiendo el sufrimiento y lentitud que acompaña el proceso de crecimiento de la vida nueva: los rigores del invierno para que arraigue y se fortalezca, la prisa por recoger el fruto y disfrutar de la vida sin pasar por los dolores de todo alumbramiento. «La creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto».
- Dejándose afectar por la llamada y mirada de los otros a través de los que Dios mismo nos habla. Ciertamente la fidelidad de unos y el dolor de otros nos ayudará a ser más humanos, más comprensivos, más humildes, ante los hombres y ante Dios.
- ¿Soy capaz de acoger como don la vida que Dios me ofrece cada día?
- ¿En qué medida escucho la voz de Dios que me habla desde los necesitados?
- ¿Siento la llamada a ser para otros sembrador de la buena noticia que yo mismo recibo?
Os invito a pensar a cerca de la ecología y la protección de lo creado. En la segunda lectura san Pablo dice: “la creación… pero fue con la esperanza de verse liberada de la esclavitud de la corrupción…”
Hay dos modos de hablar de la ecología y del respeto de lo creado:
1. El primero tiene en el centro al hombre, no nos preocupan las cosas en sí mismas, sino que éstas están en función del hombre; por el daño irreparable que el agotamiento y la contaminación del aire, del agua, de la desaparición de ciertas especies animales ocasionaría a la vida del planeta. Es un ecologismo que se resume “salvemos la naturaleza y la naturaleza nos salvará a nosotros”.
Este ecologismo es bueno pero precario.
2. La fe nos enseña que debemos respetar lo creado no sólo por intereses egoístas para no dañarnos a nosotros mismos, sino porque lo creado no es nuestro, sino de Dios, por eso es hermoso, armonioso, perfecto.
El hombre custodia la creación, pero no es el dueño. Entre nosotros y las cosas hay una relación de solidaridad y de fraternidad, no de dominio.
¿Cómo te acercas tu a las cosas, desde la primera posición o desde la segunda?
La ecología nos invita a volver a una vida sencilla y sobria, sin que la ecología sea un ideal que no podamos cumplir ni vivir. San Francisco decía: “no fui nunca un ladrón de limosnas”, pensaba que recibir mas limosnas de las necesarias, era robárselas a los pobres. Nosotros podemos aprender de él “a no ser ladrones de cosas”. Si agotamos los recursos (agua, madera…) porque usamos mas de lo que necesitamos, lo robamos a los otros. Si no a otros, a las generaciones que vendrán detrás de nosotros. ¿Qué cosas concretas, hago en el día a dia, para cuidar de la naturaleza? ¿pienso en las generación futuras?
El ecologismo espiritual nos lleva mas allá del respeto por lo creado. Nos enseña a unirnos a lo creado para dar gloria a Dios y también en relación a la creación, nos podemos acercar al conocimiento de Dios. Dios ha escrito dos libros, la Biblia y la creación. Este segundo está abierto ante todos. Nos habla Dios con imágenes como por ejemplo: la lluvia, la semilla, Dios como imagen de la roca…
Debemos aprender a contemplar. La contemplación es la aliada de la ecología. Ella nos permite gozar de las cosas sin necesidad de poseerlas y de impedirlas para los demás. La posesión restringe, sustrae… la contemplación multiplica.
Las parábolas de Jesús son la prueba del amor con que él contemplaba las cosas. Entre él y la naturaleza. Todo esto se encuentra expresado en el salmo responsorial de hoy, Sal 66, 10-14
Lee el salmo, y contempla la creación que tienes a tu alrededor, reconociendo la mano de Dios
2.- En el mundo de hoy se hacen cada vez más presentes las noticias y palabras falsas ( “fake news”), o las medias verdades que siembran sospechas, desconfianzas y miedo, o las descalificaciones denigrantes que estigmatizan públicamente a personas y colectivos. La palabra, vehículo de comunicación y diálogo de personas, aparece devaluada y pervertida.
Dios ha sembrado en el mundo su palabra con absoluta gratuidad. “La Palabra de Dios participa del triple nivel que tiene toda palabra: comunicación de algo, autocomunicación del que habla e interpelación que exige una respuesta”. Hemos proclamado la “Palabra del Señor”. Las lecturas de hoy revelan expresamente el sentido y alcance de la palabra del Reino.
La semilla:
Así lo explica Jesús desde una cultura agraria. La imagen del sembrador y la semilla subrayan esa cualidad de expandir la vida con absoluta gratuidad “para que dé semilla al sembrador y pan al que come”. El reino de Dios es algo tan misterioso y dinámico como una semilla en la que está el germen de la vida; pequeña, pero con una fuerza extraordinaria que la hace crecer y desarrollarse hasta dar fruto si encuentra un tierra buena y húmeda. Su ritmo de crecimiento es lento y oculto; un ritmo que no es el de la eficacia sino el de la fecundidad.
Alejada de la naturaleza, en la cultura moderna se habla más de productividad y eficacia de fecundidad. Y, en función de la eficacia y la eficiencia, la capacidad de lograr un efecto deseado con el mínimo de recursos posibles y en el menor tiempo posible, se rinde tributo y culto al crecimiento rápido y desarrollo. Aprended de la naturaleza, aprended de las plantas.
La palabra del Reino es de calidad y el sembrador la esparce con generosidad a toda clase de oyentes, con la esperanza, como toda siembra, de que producirá buenos frutos aun en medio de las dificultades de la vida. Pero lo primero que se espera del oyente es tener los oídos y el corazón abiertos para que la semilla de vida penetre y arraigue profundamente.
La Tierra:
La palabra de Dios cae en tierras diferentes y con diferente fortuna. La explicación alegórica de la parábola que ofrece Jesús, a petición de los discípulos, seguramente recoge también la experiencia de los apóstoles sembradores en las primeras comunidades.
Nos miramos en su espejo para descubrir qué clase de tierra somos y qué peligros nos amenazan. Actitudes interiores y dificultades exteriores que hacen estéril la buena semilla que recibimos y sembramos. ¿Por qué no todos aceptan el mensaje? ¿Por qué el evangelio de Jesús no produce el fruto deseado en nosotros y en todos sus oyentes?
- En unos, porque son tierra endurecida y sin fondo y la palabra de Jesús no va de acuerdo con los deseos o necesidades. No tienen profundidad interior, o se encierran en su propia cáp- sula, impermeables a todo lo que pueda desestabilizar su independencia. Viven en la superficie y la apariencia.
- En otros porque, aunque la acojan con entusiasmo, ante las dificultades, incomprensiones, ofensas o persecuciones les falta coraje y capacidad de resistencia.
- Otros andan agobiados por cubrir las necesidades básicas o alcanzar objetivos materiales a corto plazo. El evangelio refiere dos situaciones extremas y opuestas: “el agobio de la vida y la seducción de la riqueza”, que producen el mismo efecto: ahogar la palabra de Dios.
- En otros, sin embargo, la semilla da fruto. La llamada al realismo no permite el derrotismo ni anula la esperanza: Hay y habrá cosecha abundante.
Escuchar:
«El que tenga oídos que oiga». No es lo mismo oír que escuchar, ver que mirar, aprender lecciones que entender con el corazón los secretos del reino. ¿Qué tenemos que escuchar? Dios ha sembrado gratuitamente y a manos llenas la vida en la tierra que somos y confía en que dará fruto. Con la misma generosidad y
confianza nos corresponde prepararla y cultivarla.
- Cultivando en nosotros la esperanza en los valores del evangelio que nos revela Jesús y han de salvar al mundo: el amor, la fraternidad, la misericordia, la entrega generoso, la justicia, la paz...
- Asumiendo el sufrimiento y lentitud que acompaña el proceso de crecimiento de la vida nueva: los rigores del invierno para que arraigue y se fortalezca, la prisa por recoger el fruto y disfrutar de la vida sin pasar por los dolores de todo alumbramiento. «La creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto».
- Dejándose afectar por la llamada y mirada de los otros a través de los que Dios mismo nos habla. Ciertamente la fidelidad de unos y el dolor de otros nos ayudará a ser más humanos, más comprensivos, más humildes, ante los hombres y ante Dios.
- ¿Soy capaz de acoger como don la vida que Dios me ofrece cada día?
- ¿En qué medida escucho la voz de Dios que me habla desde los necesitados?
- ¿Siento la llamada a ser para otros sembrador de la buena noticia que yo mismo recibo?