12 septiembre 2020

XXIV Domingo del Tiempo Ordinario – 13/09/2020

¿Cuántas veces tendré que perdonar?

El tema del Evangelio de este domingo es el perdón. Pedro le pregunta a Jesús: “si mi hermano me ofende, ¿Cuántas veces tengo que perdonar?

Setenta veces siete, es la respuesta, es igual que decir: siempre. El perdón es una cosa seria, humanamente difícil, pero no es imposible.  No se debe hablar a la ligera, sin darse cuenta. Junto con el mandato de perdonar, es necesario ofrecerle a la persona un motivo para hacerlo.
Este motivo, Jesús lo explica mediante la parábola.

Un rey tenía un siervo, que le debía diez mil talentos. Una cifra muy elevada. Ante esta petición del siervo, el rey le perdona la inmensa deuda. Habiendo salido afuera, aquel siervo encuentra a un compañero que le debe una mínima cantidad, cien denarios. Del mismo modo, éste le suplica, empleando las mismas palabras, que él había empleado con el rey, que le perdonase. Pero no lo perdona y lo manda a prisión. ¿No debías tu también tener compasión de tu compañero, como yo tuve de tí?

Jesús concluye, “lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”

¿Por qué debo perdonar siempre? Porque Dios me ha perdonado primero y lo sigue haciéndolo  siempre. Jesús no se limita a ordenarnos que nos perdonemos, el motivo es que él nos ha perdonado primero. Mientras lo clavaban en la cruz: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”

No solo los perdona, los excusa. Actuando así, Cristo nos ha dado ejemplo de perdón, y nos ha dado la Gracia de perdonar. Nos ha dado una fuerza y una capacidad nueva, que no viene de la naturaleza sino de la fe.

San Pablo dice: “Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros” (Col 3, 13). Ha sido superada ya la ley del talión “ojo por ojo, diente por diente”, el criterio no es: lo que el otro te ha hecho a tí, házselo tu también; sino que es: “lo que Dios te ha hecho, hazlo tu también al otro”. El perdón Cristiano en esto va más allá del no re-sentimiento.

Esto quiere decir que hemos de ir despacio en la exigencia de la práctica del perdón, incluso para las personas que no comparten nuestra fe.  Esto no surge de la ley natura o de la simple razón humana, sino de Evangelio. Nosotros debemos preocuparnos de practicar el perdón, más que exigir que lo hagan los demás. Debemos demostrar con hechos  que el perdón y la reconciliación hasta humana y políticamente hablando es la vía mas eficaz para poner fin a los conflictos. Es mas eficaz que la venganza y la represalia, porque rompe la cadena del odio.

¿Perdonar siempre alimenta la injusticia y la prepotencia? No, el perdón cristiano no excluye que tu puedas también, en ciertos casos, denunciar a la persona y llevarla ante la justicia, sobre todo cuando están en juego los intereses de los otros.

Hay perdones para casos muy graves, y hay perdones de cada día: en la vida en pareja, en el trabajo, entre familiares, entre amigos, colegas, conocidos... ¿Qué hacer cuando uno descubre que ha sido traicionado por el cónyuge? ¿O en el trabajo? ¿Perdonar?...
Se verifica lo dicho por Jesús: “¿Quién de ellos le amará mas? Respondió Simón: supongo que aquel a quien perdonó mas” (Lc 7, 42-43)

Algunos dicen: “yo quiero perdonar, pero no lo consigo”. No consigo olvidar, apenas veo a aquella persona, y no puedo olvidar” Es normal que se reaccione así. Lo importante no es lo que tú sientes sino lo que tu quieres. Si quieres perdonar, si lo deseas, ya has perdonado. No debes conseguirlo por tí mismo la fuerza de perdonar, sino de Cristo.

Tenemos que estar atentos: podemos pensar que siempre somos acreedores de perdón y nunca tenemos deudores. Si lo pensamos bien,  cuando vamos a decir “Te perdono” diríamos: “perdóname”. Más importante que perdonar es pedir perdón.

Jesús ha resumido toda la enseñanza del perdón en pocas palabras, que ha incluido en la oración de Padre nuestro, para que frecuentemente nos acordemos: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Esforcémonos en perdonar a quién nos ha ofendido; de otra manera, cada vez que nosotros solos repetimos estas palabras pronunciamos nuestra misma condenación.