07 noviembre 2020

XXXII Domingo del Tiempo Ordinario – 08/11/2020

“Mi alma está sedienta de ti, Dios mio” - “Velad porque no sabéis el día ni la hora”

En la parábola de las diez vírgenes no se quiere hablar de muerte, sino de la vuelta del Señor.  Las dos cosas coinciden en la práctica para cada creyente. Reflexionamos sobre el tema de la muerte.

¿Qué tiene que decirnos la fe sobre la muerte?
Que la muerte existe, que es el más grande de nuestros problemas, pero Cristo ha vencido a la muerte. La muerte ha perdido su aguijón, como la serpiente cuyo veneno es ahora solo capaz de adormecer a la víctima durante unas horas, pero no de matarla. 

¿Cómo Jesús ha vencido a la muerte? 
La ha vencido sufriéndola, viviendo su amargura. La ha vencido desde el interior. Tres veces se lee en el Evangelio que Cristo lloró y, de éstas, dos fueron ante la pena por un muerto. En Getsemaní, Jesús ha vivido hasta el fondo nuestra experiencia humana frente a la muerte. Jesús no se ha introducido en la muerte como quién ya conocía el final, la resurrección. El grito sobre la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, indica que Jesús se ha adentrado en la muerte como nosotros. Sólo lo sostenía una plena confianza en el Padre, que le hizo exclamar: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”

La muerte ya no es un muro ante el que todo se quebranta, es un paso, es la Pascua. Cuando se trata de la muerte en el cristianismo, lo más importante no es el hecho de que nosotros tengamos que morir sino el hecho de que Cristo ha muerto. El cristianismo no se hace camino con el miedo a la muerte, se ha camino con la muerte de Cristo.  Jesús ha venido a liberar a los hombres del miedo a la muerte, no para acrecentar el miedo.
Quizás lo que mas nos asusta sea la soledad con la que debemos afrontar la muerte. El único remedio a la muerte, es la victoria de Cristo sobre la muerte. Para avisarnos contra la muerte, ahora no debemos hacer otra cosa que abrazarnos a Cristo. Anclarse a Él, mediante la fe. El grado de unión con Él será el grado de nuestra seguridad ante la muerte. 

Estas disposiciones no se improvisan.  Es necesario tener aceite de reserva en la lámpara, por lo tanto, alimentar la fe con las buenas obras y la oración, de modo que ante la venida de Cristo podamos como vírgenes sensatas, entrar con él a la boda. 

1.     La imagen de la primera lectura de dos novios que se aman y se desean. No se trata del miedo ante la venida del Señor, sino de preguntarnos: ¿desprecio su amor? ¿Estoy distraído y no estoy preparado para encontrarme con Él? Como aquella pareja que después de meses separada, cuando uno de ellos llega al aeropuerto para su ansiado reencuentro, ve que la otra persona no le está esperando, entretenida en excusas sin importancia. ¿Sentimos ese amor que nos sostiene? ¿Siento la cercanía del Señor que me sacia y es la fuente de mi alegría?

2.     Preciosa comparación la del deseo como aceite que alimenta el fuego del amor, del encuentro. Un aceite que no se compra en ningún lugar, de ahí lo absurdo de la búsqueda del que pretende conseguirlo en la noche. Porque nuestro Dios no escatima, nos espera “sentado a nuestra puerta”, nos sale al paso constantemente, “en cada pensamiento”, como hemos leído en el libro de la Sabiduría. Que no lo percibamos, no quiere decir que no esté. ¿Es así el Dios en quien creemos?

3.     Reconocer a ese Dios que va “de un lado para otro”, “abordándonos por los caminos” para aliviar nuestra preocupaciones. Que tranquilidad descubrir a Dios preocupado por nosotros. ¿Cómo podemos conciliar el sueño cada uno de las noches en que ansiamos su venida? “En el lecho me acuerdo de ti y no puedo dormirme pensándote”.

4.     ¿Cómo me preparo en la vida diaria para el encuentro con el Señor? Quizás se refiere el Evangelio al encuentro del final, pero reflexiona en tu oración personal, ¿Cómo te preparas cada día para encontrarte con el Señor? Ser prudente significa en la vida diaria corresponder al amor del Señor.  Debemos colaborar desde ahora con su gracia y realizar buenas acciones inspiradas en su amor. No basta con tener el candil. La fe, por sí sola no basta. La fe acompañada de la vida cristiana, es un vida de amor, repleta de buenas obras. ¿tenemos reserva de aceite?
Otra forma de estar vigilantes, es respondiendo a la voluntad de Dios.
Otra forma es la sabiduría, que ilumina nuestra vida, nos muestra el camino seguro y nos capacita para abrirnos a Cristo cuando se presenta en nuestra vida.