25 julio 2020

Domingo XVII del Tiempo Ordinario – 26/07/2020

Elegir
En el AT, Salomón es la personificación de la Sabiduría. Ha heredado riquezas y poder, pero, ante su misión, siente que necesita lo fundamental: un corazón dócil para escuchar y gobernar a un pueblo que es de Dios. Salomón no tiene experiencia ni preparación. Lo único que sabe es “elegir”. Es sencillo y a la vez determinante: la plenitud de todo ser humano depende de las elecciones que él haga. No solo por lo que elige, sino por el tipo de persona en la que se convierte. Saber elegir (phronesis) es la base del carácter. Nos hemos olvidado de estas verdades. Vivimos en una sociedad que vive en el “miedo a la libertad” (Fromm). Miedo a elegir, porque elegir significa renunciar a algo. Vivimos en la etapa infantil de quererlo todo… y, ¡oh ingenuos!, por quererlo todo, nos quedamos en no elegir algo. El miedo a la libertad es el miedo al compromiso, el miedo al riesgo. A Salomón no le tiembla el pulso. Elige la “sabiduría”. En palabras del Nuevo Testamento: «Todo lo considero pérdida comparado con el superior conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor; por el cual doy todo por perdido y lo considero basura con tal de ganarme a Cristo» (Flp 3,8).

Ser elegidos
También hoy el evangelio nos remite a un problema interno de la primera comunidad. Los primeros cristianos, como Pablo, han encontrado y elegido a Cristo: unos de forma más accidental (como “un tesoro en el campo”), otros de forma más intencional (como el “buscador de perlas finas”). Sin embargo, el ambiente en el que viven (desprecio de romanos, persecución de judíos, irrelevancia ante los paganos…), les lleva a preguntarse si de verdad es importante su elección. ¿Cambia mi vida si “lo dejo todo para seguir a Cristo”?

Las lecturas nos pueden dar claves para nuestra vida como cristianos en este mundo que pone a prueba nuestra elección. Lo primero que nos recuerda la segunda lectura es que Cristo nos eligió y llamó primero. El amor de Dios, somos su tesoro. No elegimos a Cristo por pura iniciativa o puro cálculo personal. Nuestra elección no es en el vacío. Nuestra elección es una opción seducida. La Iglesia es la comunidad (ecclesia) de los convocados. Mirémonos y recordemos el “amor primero”. ¿Podemos volver a recomponer desde el corazón ese momento en el que Cristo nos sedujo, nos susurró palabras de plenitud? Hacer memoria del corazón, (re-cordar) nos permitirá encontrar la pasión que nos mueve, para poder confiar en que nuestra respuesta, el seguimiento.

Perder para ganar
En las dos parábolas que nos narra el evangelio ocurre el mismo movimiento: se vende todo para adquirir aquello que es precioso, aquello en lo que nos va la plenitud. «Se va a vender todo lo que tiene». Es la lógica del evangelio. En los negocios, se trata de ganar siempre, de acumular más beneficios, de tener más clientes. Sin embargo, en la vida del cristiano solo es posible ganar a Cristo si aceptamos que antes hemos de perder nuestras seguridades, nuestras manías de hombre viejo. Incluso, como dirá Ignacio en los Ejercicios, nuestras riquezas y nuestra honra. Examina otra vez el corazón. ¿Puede ser que el encuentro y seguimiento de Cristo no produzca alegría porque hay “cosas” que no me dejan seguirle? ¿Qué seguridades, hábitos, riquezas… me impiden alegrarme al encontrarme con Cristo-tesoro? «El joven, al oír estas palabras, se marchó entristecido porque tenía muchos bienes».

Compartir
La alegría nace del encuentro con Cristo y se alimenta al comunicarse. El discurso parabólico no es un discurso expositivo. Pretende poner al oyente en una situación en la que se identifique con el movimiento de la parábola y le lleve a una decisión personal, a una elección. ¿Qué hacer con la perla o el tesoro? Hemos encontrado el Tesoro, hemos vendido todo para comprar la perla ¿Qué hacemos con Cristo ahora? ¿Guardarlo y ponerlo a buen recaudo para poder disfrutarlo nosotros solos? Es la lógica de la exclusividad. Si he comprado el campo, he vendido mi necesidad de poseer en exclusividad. En el evangelio, el que encuentra Cristo-Tesoro, sale a compartirlo con los demás. Sale a enseñar su perla, a repartir su tesoro. La verdadera alegría del cristiano nace del encuentro con Cristo y crece al comunicarse. Que también otros descubran el tesoro de Cristo y el evangelio de su Reino. El Papa Francisco nos recuerda que la Iglesia es misionera ¿Hasta qué punto entiendo mi vida como una misión? ¿Encuentro alegría en esto?

El tesoro escondido y la perla preciosa son Jesús. La salvación ha llegado gratuitamente por obra de Dios, no pierdas la oportunidad, este es el tiempo de la decisión. Estas parábolas crean en nosotros una enorme responsabilidad.
En la parábola hay dos actores:
-uno visible, que va, vende y compra
-uno oculto, que es el viejo propietario, que no se da cuenta de que en su campo hay un tesoro y lo vende al primero que se lo pide, no sabe de su valor y lo vende.

¿Cuál de los dos actores eres tu?
Muchas veces mal vendemos nuestra fe, hay quién la ha cambiado por una ideología, por dinero, por pereza, por moda... ¿Estoy dispuesto a abandonarlo todo para no perder la fe y a Dios (perla)?

Es necesario haber encontrado a Jesús, para tener fuerzas y alegría para venderlo todo. Este encuentro debe ser personal, nuevo, convincente. Haberlo descubierto como un amigo y salvador. Después lo venderemos todo “llenos de alegría”.