31 enero 2021

IV Domingo del Tiempo Ordinario – 31/01/2021

1. Un nuevo modo de enseñar con autoridad

Así es percibido Jesús por el pueblo. Y así el pueblo lo ensalza en contraposición con los letrados. A Jesús se atribuye la “autoridad”, y se niega a los letrados. Su enseñanza se califica como «nueva»; esto implica que la de los letrados es vista como «antigua». Jesús, sin “autorización legal” para enseñar lo realiza y con autoridad, en favor de los que sufren y los marginados; los que tienen autoridad legal para enseñar sólo realizan, en cambio, una práctica ideológica y estéril para la vida del pueblo.

En definitiva, lo que le llamaba la atención a la gente es que les hablaba de Dios de una manera muy cercana, tan cercana que hasta la gente más sencilla lo podía entender. Dios estaba al alcance de la mano. Dios estaba en la vida cotidiana, entre las personas, preocupado y ocupado de nuestras cosas, de nuestras alegrías y de nuestros problemas, y no allá en el cielo, distante y lejano, solo accesible para los que tenían estudios y podían leer y profundizar la Palabra de Dios. Jesús estaba acercando la Buena Noticia del evangelio a la gente más sencilla, a los más pobres. Y la gente lo entendía y lo acogía con alegría.

Jesús quiere acercar a Dios a las personas sencillas

Por eso usa un lenguaje sencillo, usa parábolas, para que la gente más humilde le pueda entender y puedan reconocer que en Él está Dios. Un Dios que viene a decirles que está de su parte, que ama a todas las personas, porque todos somos sus hijos, pero especialmente a los más pobres y desfavorecidos. Que no quiere más injusticias, ni más abusos hacia los pobres. Y que ha enviado a su hijo Jesús como el Mesías esperado, para que anuncie el Reino de Dios y la Buena Noticia. Jesús es esa Buena Noticia de parte de Dios.

En la sinagoga se interpreta con precisión y rigor la ley, pero el endemoniado sigue dominado por su enfermedad y aplastado por su misma sensación de desamparo y dependencia. Hasta que llega Je­sús. Después de enseñar, toca actuar. Jesús pasa a la acción que es como mejor se aprende. Si Jesús ha dicho que Dios está cerca de los más desfavorecidos, allí hay una persona atrapada, esclavizada, impedida, atemorizada, marginada por su propia gente.

Su práctica revoluciona el ambiente. Los letrados callan, pero la gente sabe discernir. Jesús libera y sana, enseña con autoridad, no como los letrados. Esto es nuevo, una buena noticia, y causa asom­bro en el pueblo. Pero quienes se sienten desenmascarados y despo­seídos de su poder por su práctica, callan o gritan, no disciernen, se evaden de la conversión. Y no aceptan los signos del Reino.

Para aquel hombre, el encuentro con Jesús fue una Buena Noticia, porque salió de allí como una persona nueva, libre, con posibilidad de hacer de nuevo una vida normal y reincorporarse a su familia, a la vida social y laboral, y también a la vida religiosa. Seguramente, no pasaría ni un día en adelante en que no diera testimonio a sus paisanos de lo que Jesús había hecho con él. Por eso dice también el evangelio que la fama de Jesús se extendió por toda la comarca.

¿Qué nos quiere decir el Señor con todo esto?

Que el mensaje de Jesús es una Buena Noticia y que hay que vivirla como tal. Que no tengamos miedo de acercarnos a su Palabra y dejarnos transformar por ella, como a aquel hombre le pasó. Y que hagamos de nuestra vida un gran testimonio, un gran mensaje para todas las personas, de lo mucho y lo bueno que hace Dios con cada uno de nosotros. La fe es para vivirla con alegría, con esperanza y con gozo. Y la Eucaristía es el momento donde compartimos todo eso, como hermanos, como hijos todos de un mismo Padre que nos quiere. Vivámoslo así.

 2. “Globalización de la indiferencia”

    El Papa Francisco se ha referido en múltiples ocasiones a una actitud que, desde hace años, ha venido desarrollándose y creciendo en las sociedades desarrolladas: ya sea ante los grandes problemas y dramas de la humanidad o ante los hechos más cotidianos, pasando por nuestras relaciones humanas, temas laborales o sociales... Si lo pensamos, son muchas las ocasiones que se nos presentan en las que, de modo más o menos consciente, nos preguntamos: “¿Qué tengo que ver yo con esto?” Y, salvo que nos afecte directamente, optamos por no implicamos y cada vez nos vamos volviendo más insensibles a todo . 

Una desilusión que brota de haber comprobado que implicarnos en algunos temas en los que personal o directamente no tenemos nada que ver ha supuesto para nosotros mucho trabajo, complicaciones, a menudo también nos ha acarreado serios problemas… sin que realmente se haya obtenido ningún logro ni avance significativo. Por eso acabamos desilusionándonos, renunciamos a asumir nuevos compromisos, y cada vez nos vamos volviendo más indiferentes e insensibles.

La indiferencia afecta también a nuestra vida de fe. En el Evangelio hemos escuchado que un hombre que tenía un espíritu inmundo se puso a gritar: ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? Hoy se nos invita a hacernos también esta pregunta, porque es innegable que la mayoría de la gente no tiene mucho que ver con Jesús: la religión se considera algo arcaico, propio de épocas pasadas o de personas crédulas y en la práctica se vive como si Dios no existiera.

También muchos que se autocalifican como cristianos en realidad no tienen mucho que ver con Jesús: han asumido unas creencias heredadas, se limitan a prácticas religiosas esporádicas… pero como no han profundizado en su fe, ésta no es el motor y la guía de sus vidas.

Incluso quienes procuramos tomarnos en serio nuestra fe también nos debemos plantear qué tenemos que ver nosotros con Jesús, porque también nos podemos sentir desilusionados. Unas veces porque, después de tantos años procurando seguir con fidelidad al Señor, con todo el esfuerzo y renuncia que eso supone, sentimos que no progresamos; otras veces, porque los compromisos que hemos ido asumiendo en la parroquia, en la base… tampoco nos hacen experimentar que se está avanzando, más bien todo lo contrario; y otras veces, como ocurre en este largo tiempo de pandemia, nos parece que la oración cae en el vacío, porque llevamos ya casi un año y no se ve el final del túnel, y la carga de sufrimiento es cada vez mayor.

Así que, desilusionados, acabamos preguntándonos: ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? Y nos vamos volviendo cada vez más indiferentes y fríos.

Es comprensible que en muchos aspectos de nuestra vida vayamos cayendo en ese sentimiento de indiferencia y frialdad, “se nos ha endurecido el corazón” porque cada vez somos más individualistas, debemos ocuparnos de los asuntos del Señor, como decía la 2ª lectura. Recordemos también lo que dijo el Papa Francisco al inicio de la pandemia: no cabe la globalización de la indiferencia porque todos “estamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. No podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos”. (27 de marzo de 2020)

Y en lo que se refiere a la fe, también es necesario y positivo que, si nos sentimos indiferentes, desilusionados y fríos, nos preguntemos: ¿Qué tenemos que ver nosotros con Jesús? ¿Le tenemos realmente en cuenta en nuestra vida, o es algo accesorio? ¿Creemos en su autoridad, como hacían sus oyentes, o en realidad no nos fiamos de su Palabra? ¿Nos hemos “acostumbrado” a Él, hemos caído en la rutina en la oración y en la Eucaristía? ¿Ya no nos provoca asombro la enseñanza de Jesús, el Evangelio, hemos abandonado la formación cristiana?

Respondámonos con sinceridad a estas preguntas, para no caer en la indiferencia y la desilusión, recordando qué tenemos que ver nosotros con Jesús, que lo es todo: es nuestra vida (cfr. Flp 1, 21).