14 febrero 2021

VI Domingo del Tiempo Ordinario – 14 de febrero de 2021

1. La Curación y la Penitencia. En este pasaje del Evangelio se nos presenta una nueva curación milagrosa llevada a cabo por Jesús que, además, está cargada de un gran contenido simbólico.

Según las prescripciones del Levítico la lepra no era considerada sólo como una enfermedad, sino también como un grave tipo de impureza ritual que lleva consigo la obligación de estar aislado mientras perdurase (Lv 13,1-59). Correspondía a los sacerdotes diagnosticar a quienes presentaban los síntomas, así como certificar la curación, si es que llegaba a producirse.

Es fácil hacerse cargo de los sufrimientos que implicaba a las personas que la contraían, ya que, además de las graves molestias propias de la enfermedad, debían abandonar sus casas y sus pueblos y vagar por lugares deshabitados, lejos del contacto con otras personas. Tener lepra era como estar muerto en vida, alejado tanto de la vida civil como de la religiosa. Por eso, también su curación es como una resurrección.

Aquel hombre leproso, al ver desde lejos que Jesús pasaba con sus discípulos por algún camino de la zona en la que estaba, sentiría removerse su corazón con la esperanza de que pudiera hacer algo por él. Por eso se acerca al Maestro y, todavía lejos, arrodillado en su presencia, le habla lleno de confianza en que Jesús tenía poder para hacerlo. A la vez se dirige al Señor de modo muy respetuoso con lo que decidiera hacer finalmente: “Si quieres, puedes limpiarme”.

Jesús se compadeció al instante de este hombre, se acercó a él, extendió su mano para tocarlo y le dijo: “Quiero, queda limpio”. E inmediatamente se produjo su curación. El hecho de extender la mano y tocar el cuerpo llagado del leproso, pone de manifiesto que Dios, de ordinario, se quiere servir de gestos, de signos sensibles, que por la acción divina son eficaces. El simple hecho de tocar no cura, pero el poder de Dios a través de ese gesto, sana en profundidad a aquella persona.

Es algo análogo a lo que sucede en los sacramentos, que fueron instituidos por nuestro Señor Jesucristo. Sin signos sensibles que, por la acción divina que actúa en ellos, producen eficazmente la gracia que significan.

En la lepra se puede ver un símbolo del pecado, que es la verdadera impureza del corazón, que lleva consigo un alejamiento de Dios. A diferencia de lo que establecían las antiguas normas rituales del Levítico la enfermedad física no nos separa de Dios, sino la culpa, las manchas morales y espirituales del alma.

También en ocasiones podemos sentirnos manchados por nuestras faltas y pecados, e incapaces de salir con nuestras propias fuerzas de esa situación. Entonces es el momento de dirigirnos a Jesús con la misma fe fuerte de aquel hombre: “Si quieres, puedes limpiarme”. Y, si nuestro corazón está decidido a apartarse del mal con la ayuda del Señor y acudimos al sacramento de la Reconciliación, también podremos experimentar la eficacia de sus palabras: “Quiero, queda limpio”.

Los pecados que hayamos podido cometer -aunque hayan llegado a producir la muerte del alma, como las manchas en la piel de aquel leproso lo habían hecho morir en cierto modo- quedan limpios cuando los confesamos humildemente. En este sacramento, Jesucristo, con infinita misericordia, nos renueva y reconforta por medio de sus ministros, permitiéndonos recomenzar una nueva vida llena de paz y alegría.

2. ¿Cuál es mi actitud?  

·      Destaca la actitud humilde del leproso, con una súplica que manifiesta únicamente su absoluta confianza en el poder de Jesús. Es un modelo para nuestro acercamiento a Jesús. 

·      El gesto de “tocar”, entrar en contacto físico con el leproso, que estaba prohibido por la Ley, niega que Dios excluya de su favor al leproso. Jesús “toca” lo intocable (la Ley) y al intocable (el leproso); el leproso, al acercarse a Jesús, viola la Ley, y Jesús, al tocarlo, también. La Ley, al imponer la marginación, no expresa el ser ni la voluntad de Dios. ¿Qué mensaje nos comunica el evangelio y qué consecuencias para nuestra vida creyente? 

·      Es muy llamativa la contradicción entre el silencio impuesto y el testimonio del leproso. La prohibición de hablar puede deberse al llamado “secreto mesiánico”, el propósito de Jesús de mantener oculto su mesianismo

hasta no llegar a conocerse y asumir todo su reco- rrido; pero la experiencia del amor de Dios, del que pensaba estar excluido, y la libertad adquirida, causan en el hombre una alegría incontenible que tiene que proclamar. ¿Es así de expansiva nuestra experiencia creyente? 

·      El que elimina la lepra, el que saca de la marginación, se convierte en un “marginado” para la religión y la sociedad. Jesús tiene que quedarse fuera (adverbio de gran significado religioso), en lugar desértico, como antes le pasaba al leproso. ¿Nos dice algo? 

3.- Resulta inevitable la comparación entre la situación del Coronavirus y la que vivían antiguamente los enfermos de lepra, como hemos escuchado en la 1ª lectura. Era una enfermedad contagiosa, no había tratamiento y, por tanto, había que aislar a los leprosos para proteger al resto de la población: Mientras le dure la lepra, seguirá impuro; vivirá solo, algo similar a quienes hoy deben ser confinados. 

Pero como no se ve el final de la pandemia, también inevitablemente surgen preguntas: “¿Es que el Señor no siente lástima ante tanto sufrimiento? ¿Será que no quiere curarnos?” Unas preguntas humanamente muy lógicas, pero cuya respuesta va más allá de nuestra lógica y nos invitan a entrar en el misterio de Dios manifestado en Jesús. 

Como escuchábamos el domingo pasado, le llevaron los todos enfermos, pero Él curó a muchos, no a todos, porque las curaciones y otros milagros que Jesús realizó fueron para manifestar que Dios estaba presente en Él, que el Reino de Dios había llegado. 

Por eso Jesús pide al leproso: No se lo digas a nadie… porque no quiere aparecer como un “milagrero” y que la gente acuda a Él buscando sólo el bienestar físico sin buscar el bien del alma ni el Reino de Dios.

No es que Jesús “no quiera” hacer hoy el milagro. Es que, hoy también, lo que quiere es que creamos en Él y descubramos el verdadero rostro de Dios que, más allá de nuestra lógica y de nuestras expectativas, no elimina la cruz sino que pasa por ella para vencerla, solidarizándose con nuestra situación de dolor y sufrimiento para sanar también nuestra alma.

Por eso, antes de curar al leproso, Jesús hizo un gesto clave: extendió la mano y lo tocó, algo impensable, contrario a la Ley, pero está manifestando la cercanía de Dios ante quienes por cualquier causa están marginados, descartados. Y hoy sigue “tocando” de muchas formas y a través de muchas personas a quienes por cualquier causa sufren en su cuerpo o en su espíritu.    

Muchas personas, entonces y hoy, acuden a Jesús buscando sólo salir de su situación de necesidad, pero no tienen interés ni en su Evangelio ni en el Reino. Otras personas sí que buscan su Reino, pero sufren el aparente silencio de Dios ante su oración y se preguntan: “¿Será que no quiere?”

A veces parece que Dios no nos escucha, pero su silencio es también una respuesta. Por eso, sea cual sea nuestra situación, la Palabra de Dios hoy nos recuerda que no es que el Señor “no quiera” nuestra curación, sino que hoy como entonces nos invita a descubrir los signos de su cercanía, para que creamos en Él y le sigamos, también cuando sufrimos cualquier forma de cruz.